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¿Satanista o chamán del caos? Aleister Crowley entre el mito y la realidad

  • Foto del escritor: Francisco Moreno Rodríguez
    Francisco Moreno Rodríguez
  • 27 ago
  • 3 Min. de lectura

Publicado por Francisco Aureliano

Mira, si alguna vez escuchaste a alguien decir “ese tipo es satánico” cuando solo trae una camiseta de Slayer, dale las gracias a Aleister Crowley. ¿Por qué? Porque este inglés de cara seria y vida escandalosa fue acusado de casi todo: brujo, libertino, traficante de drogas, espía, satanista, y hasta de provocar la Primera Guerra Mundial (sí, lo llegaron a decir).



Chaman del Caos

a pregunta es: ¿era realmente satánico, o más bien un chamán del caos que se reía del mundo?


Crowley, ¿el satanista original?

Vamos a empezar con lo obvio:

  • Se autodenominó “La Gran Bestia 666”.

  • Firmaba cartas como “Baphomet”.

  • Amaba escandalizar a la sociedad victoriana, especialmente a la prensa.

Claro que con eso bastaba para que lo pintaran como un satanista. Los tabloides británicos se lo pasaban de fiesta: “el hombre más perverso del mundo”, decían, mientras Crowley probablemente brindaba con vino (o con algo más fuerte) leyendo los titulares.


Pero ojo: Crowley nunca fue satanista en el sentido clásico. No adoraba a Satán como lo presenta la tradición cristiana, es decir, como el ser maligno y enemigo de Dios. Tampoco promovía el “mal” como un valor absoluto ni buscaba corromper a las personas o destruir la moralidad por simple perversión.


Para Crowley, la figura de Satán era mucho más compleja y simbólica: representaba la rebeldía frente a la autoridad opresiva, la búsqueda de la libertad personal y la ruptura de los dogmas impuestos por la sociedad y la religión. En sus escritos y rituales, Satán aparece como un arquetipo de independencia, un espíritu que desafía las normas establecidas para abrir caminos hacia el autoconocimiento y la autoafirmación.


De hecho, Crowley se identificaba más con la imagen de Lucifer como “portador de luz”, el ángel que trae el conocimiento y la iluminación, que con el diablo tradicional de cuernos y tridente.


Para él, la verdadera transgresión era atreverse a pensar por uno mismo, a explorar los límites de la experiencia humana y a rechazar la sumisión ciega. Así, su “satanismo” era más una postura filosófica de desafío y emancipación que una adoración literal del mal.


Continuamos, lo que sí hacía era jugar con el caos. Crowley creía que para liberar la mente había que destruir los dogmas. Y eso incluía tabúes sexuales, religiosos y sociales.

Por eso sus rituales parecían locura pura:

  • Magia sexual (ya lo vimos en el post anterior).

  • Experimentos con drogas visionarias.

  • Invocaciones teatrales y simbólicas que mezclaban egipcios, cabalistas y demonios medievales como si fueran ingredientes de un cóctel.


En ese sentido, Crowley era más chamán que satanista. Un tipo que veía en el desorden la posibilidad de crear algo nuevo, de romper las cadenas mentales.


El problema es que la imagen vende más que la filosofía.Así que la prensa lo siguió pintando como satánico, y décadas después, cuando Anton LaVey (seguro hare una serie de este hombre) fundó la Iglesia de Satán en los 60, Crowley se convirtió en uno de sus santos patronos culturales.


Y de ahí en adelante, lo encontramos en:

  • Portadas de discos.

  • Pósters de rockeros con más maquillaje que pentagramas.

  • Tatuajes de “Do what thou wilt” en fans que ni siquiera han leído The Book of the Law.


Entonces, ¿qué fue Crowley?

  • ¿Satanista? Solo si por satanismo entiendes provocación y rebeldía contra la moral cristiana.

  • ¿Chamán del caos? Definitivamente: usaba el rito, el símbolo y el escándalo como herramientas para despertar algo en los demás.


En mi opinión, humilde y sin pretender tener un conocimiento absoluto, Crowley encarnó aquello que más temor provoca en cualquier sistema establecido: fue un hombre que se atrevió a reinventarse a sí mismo, a romper con todas las etiquetas y límites impuestos, y a vivir como si fuera un mito en carne y hueso.


No se conformó con ser un simple individuo dentro de la sociedad; eligió convertirse en su propia leyenda, moldeando su vida y su imagen pública con una mezcla de provocación, misterio y creatividad. Esa capacidad de desafiar las normas, de crear su propio relato y de vivir según sus propias reglas, es lo que realmente incomoda a las estructuras de poder y a quienes prefieren el orden predecible.


Crowley, con todos sus excesos y contradicciones, demostró que el mayor acto de rebeldía es atreverse a ser uno mismo, incluso si eso significa convertirse en un mito viviente que desafía la comprensión de su época.


Referencias y fuentes

  1. Crowley, Aleister – The Confessions of Aleister Crowley (1929)

  2. Marco Pasi – Aleister Crowley and the Temptation of Politics

  3. Lawrence Sutin – Do What Thou Wilt: A Life of Aleister Crowley

  4. John Symonds – The Great Beast: The Life of Aleister Crowley

  5. Anton LaVey – The Satanic Bible (1969), donde reconoce ecos de Crowley en su filosofía


 
 
 

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