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El Dorado: la ciudad que nunca existió, pero que todos quisieron encontrar

  • Foto del escritor: Francisco Moreno Rodríguez
    Francisco Moreno Rodríguez
  • 25 jun
  • 3 Min. de lectura

Si Agartha es un reino espiritual, Lemuria un continente que se evaporó y Shangri-La un paraíso literario, El Dorado es otra cosa: una trampa dorada donde se estrellaron exploradores, imperios y sueños de riqueza infinita.


A diferencia de otros mitos, este sí tiene raíces reales. Pero con el tiempo, entre traducciones mal entendidas, exageraciones coloniales y codicia sin filtro, se convirtió en una leyenda que aún hoy tiene eco en documentales, videojuegos y hasta promesas políticas.


Así que hablemos de ese dorado que nunca brilló… pero que cegó a medio planeta.


Todo empezó con un ritual

La historia de El Dorado arranca en los Andes, no como ciudad ni como imperio, sino como un hombre.


En la región de lo que hoy es Colombia, los muiscas tenían un ritual en el que un nuevo líder —el zipa— se cubría el cuerpo con polvo de oro y se lanzaba al lago Guatavita, como ofrenda a los dioses. También tiraban joyas y objetos sagrados al agua. Bonito, místico… y muy malinterpretado por los españoles.


Cuando los conquistadores oyeron esa historia, lo convirtieron en algo más útil para sus intereses: una ciudad hecha de oro. Una urbe entera forrada en metal precioso, esperándolos en algún rincón del continente.


Y así, como por arte de codicia, El Hombre Dorado se convirtió en La Ciudad Dorada.

El Dorado
El Dorado

Las expediciones (y las desgracias)

Desde el siglo XVI, hubo docenas de expediciones buscando El Dorado:

  • Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana se internaron en la selva en 1541 buscando “la tierra de la canela y el oro”. El resultado: desastres, enfermedades, hambre… y el Amazonas.

  • Sir Walter Raleigh, en plan poeta-explorador inglés, se obsesionó con encontrarlo en la región de Guayana. Publicó relatos alucinantes en 1596 y volvió por más… lo que le costó la cabeza (literalmente).

  • En cada expedición, las descripciones del lugar cambiaban. A veces estaba al norte, a veces al sur, a veces en la cima de los Andes, a veces bajo la selva más densa del mundo.

Lo que no cambió nunca fue el patrón: todos fracasaban.


El Dorado como idea

Lo interesante de El Dorado es que, aunque jamás se encontró, sobrevivió más allá del mapa. Pasó de ser un lugar a ser una metáfora:

  • En el siglo XVIII, Voltaire la usa en Cándido como una utopía donde el oro no vale nada y todos viven en armonía (un cachetadón filosófico al capitalismo).

  • En la literatura moderna, El Dorado representa la promesa inalcanzable, la obsesión que destruye, el ideal que nunca llega.

  • Y en lo pop: aparece en películas, videojuegos, libros juveniles, y sí, campañas de marketing que prometen “la experiencia dorada”.


Entonces… ¿existió El Dorado?

Depende de a qué le llames “existir”.

  • Como ciudad hecha de oro, no. Jamás.

  • Como ritual real muisca, sí, existió. El oro tenía un valor espiritual, no material. Pero eso se perdió en la traducción colonial.

  • Como mito fundacional de la codicia occidental, absolutamente sí. Es parte del ADN de la conquista, de la fiebre por explotar lo desconocido sin entenderlo.


Al final, El Dorado no está en ningún punto cardinal. Está en la mente de quien lo busca, en el deseo desbordado, en la ambición sin freno. Y por eso sigue vivo.

Porque aún hoy, en muchos sentidos, seguimos buscando nuestro propio El Dorado: fama, dinero, éxito, likes, reconocimiento. Pero igual que los conquistadores… a veces olvidamos que en el camino dejamos selvas destruidas, promesas rotas y a veces, a nosotros mismos.


Nos leemos, como siempre, con brújula en mano, pero sin fe ciega.Un abrazo para mis 17 lectorxs de siempre.Y no se cubran de oro, que brillar también cansa.

 
 
 

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